Siempre pensé que eras tan eterna como las replicas en pequeñitos de plástico duro, que adornaban años tras años el portal de Belén de nuestra infancia.
No pudo ser, el maldito picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus) , nos ganó las batalla atacando por sorpresa, y cuando nos venimos a dar cuenta de la enfermedad fue imposible salvarla. Sí, ya me gustaría a mi poderos contar vivencias más gratificante pero, o no suelen ocurrirme últimamente, o son de esas que no son para contar.
Como veréis en la foto que acompaño, ahora nos encontramos con dos versiones dispares del mismo hecho. Por un lado una columna vegetal espléndida, conmemorativa del mundo de las plantas, a la que hemos adornado con helechos y flores varias. Por otra parte nos encontramos con un elemento totémico de dudoso gusto, como podrán apreciar a la que, según perspectiva, el pino piñonero le presta su copa en un acto de solidaridad vegetal que es de agradecer. Nos quedamos con la primera lectura, en un intento de quitarle dramatismo a este triste asunto, y en un deseo de agradecimiento y de despedida. Y aquí os dejo un pequeño poema que he dedicado.
A mi palmera.
Estimada compañera
de brazos acogedores
que el viento roza y despeina
en su juego con las flores.
Porte de fuente perfecta
verde de oriente cercana
de vegetal simpatía
saludabas las mañanas.
Dadora de bienvenida
Afincada en nuestra puerta
Centinela de mi espacio
Hoy,
hoy te extraño en mi paisaje
Hueco, yermo, desolado.
Ya no estás palmera mía
Y me toca cada día
reponerme de tu ausencia.
Agradecerte quería
Esa común compañía
Y es que adornaron tus palmas
muchos años de mi vida.